Aprendiendo a ver el mundo con nuevos colores: Viaje como mamá de niña autista.
- Nicole Correa
- 5 feb
- 4 Min. de lectura
Mi nombre es Leidy y soy mamá de una hermosa niña neuro divergente.

Quiero compartir mi historia con mucho amor, esperando que quizá sea un ejemplo de que, en medio de la diversidad, también hay esperanza; también podemos salir adelante.
Mi hija nació prematura, con 35 semanas de gestación. Cuando empezó a gatear, no lo hacía de manera típica; su gateo era en forma de koala. Tardó en caminar (lo hizo a los 18 meses) y el habla… jejeje, no supe lo que era eso hasta mucho después.
Le encantaba apilar y organizar todo. Cuando salíamos al parque, seguía una rutina; veía calles con desnivel y podía caminar por ellas muchas veces. Le fascinaba subir y bajar de esos desniveles.
Yo, siendo enfermera pero con un desconocimiento total del autismo, buscaba información en Google. Como mi hija no presentaba las estereotipias típicas, no aleteaba ni se tapaba los oídos, yo misma me decía: “No puede ser autista”. Tenía un concepto tan errado del autismo que pensaba que solo podía ser blanco o negro. No sabía que el autismo es tan diverso como la misma naturaleza.
Empezamos terapia de fonoaudiología a sus dos años y medio porque no hablaba. Entre llantos y balbuceos, apenas podíamos contar más de diez palabras que dijera. Además, tenía selectividad alimentaria y no le gustaba señalar; en su lugar, tomaba mi mano y la llevaba hasta lo que quería. Nuestros hijos nos dan señales desde pequeños, pero yo, cegada por la ignorancia y la negación, decía: “No es autista”, como si ser autista fuera una sentencia o una condena.
En tantas citas médicas, conocí a una neuróloga pediatra que, al ver a mi hija de cuatro años con un habla muy limitada, selectividad alimentaria y motricidad fina y gruesa súper desarrollada, me dijo: “Es muy pronto, pero creo que tu niña es autista de altas capacidades”. La remitió a terapia integral por seis meses y, ¡donde ya habla! Comenzó con ecolalias: en casa, todos éramos “Alejo” porque era la palabra que más escuchaba en el jardín, así que nos llamaba de ese modo. Cuando adquirió un lenguaje más extenso, en terapia le enseñaron a leer y, en cinco meses, ya leía perfectamente. A sus cinco años, se interesaba por los libros y el orden… pero seguía sin aletear ni caminar de puntillas, y yo continuaba diciéndome: “No es autista”.

Hermosa historia. Gracias por compartirla ❤️